Las fuerzas de tierra utilizan fusiles, piezas de artillería y misiles,
y se desplazan en vehículos sobre terreno irregular. En ocasiones,
operan bajo la cobertura de cortinas de humo generadas por
combustible diesel, nebulizadores y diversas sustancias químicas
(Figura 95.5). Son riesgos comunes la exposición al ruido, la
sobrepresión por la detonación de las piezas de artillería a la
vibración y a los productos de combustión de los propelentes.
Aunque existe el riesgo de sufrir lesiones oculares por arma de
fuego, pueden evitarse usando medios de protección ocular
adecuados. Las posibilidades de que se produzcan efectos perjudiciales
para la salud se incrementan si se producen disparos de
misiles o de cañones de grueso calibre en áreas cerradas, como
los edificios.
La cabina de la tripulación de los vehículos blindados
es un recinto cerrado en el que la concentración de partículas
de monóxido de carbono puede alcanzar varios miles por
millón después de cada disparo, por lo que se precisa un sistema
de ventilación eficaz. En algunos vehículos, la prevención del
estrés por calor puede exigir el uso de chalecos refrigerantes. La
infantería también puede sufrir estrés por calor como resultado
del uso de ropas especiales, capuchas y máscaras de protección
contra los ataques con armas químicas y biológicas. Estos medios
de protección individual pueden ocasionar problemas al obstaculizar
la visión y entorpecer los movimientos. En las instalaciones
médicas de campaña, las técnicas de control de infecciones y la
neutralización de los gases anestésicos residuales pueden plantear
problemas específicos.
Las diversas armas de fuego pueden provocar heridas y enfermedades
al personal militar. Las armas más tradicionales
pueden causar bajas provocadas por los proyectiles y fragmentos
de metralla, las detonaciones (que pueden producir contusiones
traumáticas en los pulmones) y las llamas procedentes de los
artefactos incendiarios, como los que contienen napalm y fósforo.
El láser utilizado como arma ofensiva puede provocar
lesiones oculares. Otros sistemas de armas se basan en el empleo
de agentes biológicos, como las esporas de ántrax, o de sustancias
químicas del tipo de los agentes anticolinestarásicos.
El uso indiscriminado de minas ha originado preocupación
por el número de bajas provocadas entre la población civil.
En un sentido estricto, las minas pueden definirse genéricamente
como artefactos explosivos diseñados para enterrarse en el suelo.
En la práctica, una mina es cualquier explosivo oculto que
puede ser detonado por fuerzas enemigas o propias, por
animales o por civiles. Las minas se pueden emplear contra el
material o contra las personas. Las primeras se dirigen contra los
vehículos militares y pueden contener entre 5 y 10 kilos de
explosivos, pero precisan una presión mínima de 135 kilos para
activarse. Las minas antipersonales se utilizan para lisiar más
que para matar. Una cantidad inferior a 0,2 kilos de explosivos
oculta bajo el terreno es capaz de arrancar un pie de cuajo, y las
partículas infectadas que rodean la mina penetran como proyectiles
en las heridas, infectándolas seriamente. El radio de acción
de las minas se amplió sustancialmente con la aparición de las
minas “saltarinas”, en las que una pequeña carga explosiva
arroja un bote de metralla a una altura de alrededor de un
metro. El bote explota inmediatamente y proyecta fragmentos
de metralla a 35 metros de distancia. Algunos modelos avanzados
de minas, como el “Claymore”, pueden activarse eléctricamente,
utilizando un detonador temporizado o un cable,
y proyectar centenares de esferas de acero, de 0,75 g de peso
cada una, en un ángulo de 60 grados a una distancia de hasta
250 metros. Esta metralla puede resultar letal o producir graves
mutilaciones en un radio de 50 metros.
En la guerra se han utilizado gran variedad de sustancias
químicas. En Vietnam se emplearon herbicidas (como el 2,4-D
n-butil éster mezclado con 2,4,5-T n-butil éster, conocido
también como el “agente naranja”) como defoliantes, con el
objeto de despejar el terreno. Algunas sustancias químicas (como
el gas lacrimógeno) se han utilizado como agentes discapacitantes
con la finalidad de producir efectos físicos, mentales o de
ambos tipos. Otras sustancias químicas son sumamente tóxicas y
capaces de causar graves lesiones o la muerte.
En estas categorías
se incluyen los agentes anticolinesterásicos (como el tabún
y el sarín), los agentes vesicantes (como el gas mostaza y los arsénicos),
los agentes “asfixiantes” que dañan los pulmones (como
el fosgeno y el cloro) y los agentes en sangre que bloquean los
procesos de oxidación (como el cianuro de hidrógeno y el
cloruro de cianógeno).
Además de los conflictos bélicos, los militares pueden estar
expuestos a agentes químicos producto de actividades terroristas,
en los centros de almacenamiento de sustancias químicas militares
en desuso por causa de fugas de contenedores, en los puntos
de destrucción —mediante incineración u otros medios— de las
sustancias químicas de uso militar y en caso de desenterramiento
accidental de antiguos vertederos abandonados de residuos de
sustancias químicas.
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