domingo, 17 de agosto de 2014

Fuerzas de tierra

Las fuerzas de tierra utilizan fusiles, piezas de artillería y misiles, y se desplazan en vehículos sobre terreno irregular. En ocasiones, operan bajo la cobertura de cortinas de humo generadas por combustible diesel, nebulizadores y diversas sustancias químicas (Figura 95.5). Son riesgos comunes la exposición al ruido, la sobrepresión por la detonación de las piezas de artillería a la vibración y a los productos de combustión de los propelentes. Aunque existe el riesgo de sufrir lesiones oculares por arma de fuego, pueden evitarse usando medios de protección ocular adecuados. Las posibilidades de que se produzcan efectos perjudiciales para la salud se incrementan si se producen disparos de misiles o de cañones de grueso calibre en áreas cerradas, como los edificios. 
La cabina de la tripulación de los vehículos blindados es un recinto cerrado en el que la concentración de partículas de monóxido de carbono puede alcanzar varios miles por millón después de cada disparo, por lo que se precisa un sistema de ventilación eficaz. En algunos vehículos, la prevención del estrés por calor puede exigir el uso de chalecos refrigerantes. La infantería también puede sufrir estrés por calor como resultado del uso de ropas especiales, capuchas y máscaras de protección contra los ataques con armas químicas y biológicas. Estos medios de protección individual pueden ocasionar problemas al obstaculizar la visión y entorpecer los movimientos. En las instalaciones médicas de campaña, las técnicas de control de infecciones y la neutralización de los gases anestésicos residuales pueden plantear problemas específicos. Las diversas armas de fuego pueden provocar heridas y enfermedades al personal militar. Las armas más tradicionales pueden causar bajas provocadas por los proyectiles y fragmentos de metralla, las detonaciones (que pueden producir contusiones traumáticas en los pulmones) y las llamas procedentes de los artefactos incendiarios, como los que contienen napalm y fósforo. 
El láser utilizado como arma ofensiva puede provocar lesiones oculares. Otros sistemas de armas se basan en el empleo de agentes biológicos, como las esporas de ántrax, o de sustancias químicas del tipo de los agentes anticolinestarásicos. El uso indiscriminado de minas ha originado preocupación por el número de bajas provocadas entre la población civil. En un sentido estricto, las minas pueden definirse genéricamente como artefactos explosivos diseñados para enterrarse en el suelo. En la práctica, una mina es cualquier explosivo oculto que puede ser detonado por fuerzas enemigas o propias, por animales o por civiles. Las minas se pueden emplear contra el material o contra las personas. Las primeras se dirigen contra los vehículos militares y pueden contener entre 5 y 10 kilos de explosivos, pero precisan una presión mínima de 135 kilos para activarse. Las minas antipersonales se utilizan para lisiar más que para matar. Una cantidad inferior a 0,2 kilos de explosivos oculta bajo el terreno es capaz de arrancar un pie de cuajo, y las partículas infectadas que rodean la mina penetran como proyectiles en las heridas, infectándolas seriamente. El radio de acción de las minas se amplió sustancialmente con la aparición de las minas “saltarinas”, en las que una pequeña carga explosiva arroja un bote de metralla a una altura de alrededor de un metro. El bote explota inmediatamente y proyecta fragmentos de metralla a 35 metros de distancia. Algunos modelos avanzados de minas, como el “Claymore”, pueden activarse eléctricamente, utilizando un detonador temporizado o un cable, y proyectar centenares de esferas de acero, de 0,75 g de peso cada una, en un ángulo de 60 grados a una distancia de hasta 250 metros. Esta metralla puede resultar letal o producir graves mutilaciones en un radio de 50 metros. En la guerra se han utilizado gran variedad de sustancias químicas. En Vietnam se emplearon herbicidas (como el 2,4-D n-butil éster mezclado con 2,4,5-T n-butil éster, conocido también como el “agente naranja”) como defoliantes, con el objeto de despejar el terreno. Algunas sustancias químicas (como el gas lacrimógeno) se han utilizado como agentes discapacitantes con la finalidad de producir efectos físicos, mentales o de ambos tipos. Otras sustancias químicas son sumamente tóxicas y capaces de causar graves lesiones o la muerte. 
En estas categorías se incluyen los agentes anticolinesterásicos (como el tabún y el sarín), los agentes vesicantes (como el gas mostaza y los arsénicos), los agentes “asfixiantes” que dañan los pulmones (como el fosgeno y el cloro) y los agentes en sangre que bloquean los procesos de oxidación (como el cianuro de hidrógeno y el cloruro de cianógeno). Además de los conflictos bélicos, los militares pueden estar expuestos a agentes químicos producto de actividades terroristas, en los centros de almacenamiento de sustancias químicas militares en desuso por causa de fugas de contenedores, en los puntos de destrucción —mediante incineración u otros medios— de las sustancias químicas de uso militar y en caso de desenterramiento accidental de antiguos vertederos abandonados de residuos de sustancias químicas.

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