Los bomberos realizan esfuerzos ímprobos durante la lucha
contra incendios. En el lugar de un incendio, a los esfuerzos
físicos se suman las exigencias metabólicas de la respuesta al calor
y a la pérdida de líquidos corporales. El efecto combinado del
calor corporal generado por el trabajo y el calor exterior producido
por el fuego, puede provocar un aumento acusado de la
temperatura corporal, que en situaciones extremas alcanza
niveles inusualmente altos. Las pausas de media hora para reemplazar
el equipo autónomo de protección respiratoria, no bastan
para detener este aumento de la temperatura, que puede llegar a
unos niveles peligrosos si la labor de extinción se prolonga.
Aunque imprescindibles, los equipos de protección individual, en
especial los sistemas de respiración autónomos, imponen a los
bomberos un considerable gasto adicional de energía.
Asimismo,
las ropas protectoras se hacen mucho más pesadas al mojarse.
Los equipos autónomos de protección respiratoria constituyen
un elemento eficaz de protección individual que, si se usa
correctamente, evita la exposición a los productos de la combustión.
Lamentablemente, estos aparatos sólo suelen utilizarse
durante la fase “crítica” del incendio, en la que los bomberos
luchan denodadamente por extinguir el fuego, y se prescinde
normalmente de ellos durante la fase de “revisión”, en la que,
extinguido el incendio, se inspeccionan los restos para terminar
de apagar las ascuas y las llamas que siguen brotando de los
rescoldos.
Los bomberos suelen evaluar el riesgo a que están expuestos
basándose en la intensidad del humo, y deciden sobre el uso de
los equipos autónomos de protección respiratoria únicamente en
función de lo que perciben. Esto los induce a cometer graves
errores de juicio después de la extinción del incendio, puesto
que, aunque la situación parezca estar bajo control, puede ser
todavía peligrosa.
Los estudios de salud laboral en la lucha contra incendios se
han centrado en buena medida en el mayor gasto energético
debido al uso del equipo de protección individual. Ello refleja
sin duda el grado en que un asunto de enorme interés general,
como es el uso de equipo de protección individual, adquiere una
significación especial en la lucha contra incendios.
Si bien los bomberos están obligados a usar diversos equipos
de protección individual durante el trabajo, la protección respiratoria
es la más preocupante y la que ha merecido mayor atención.
Se ha observado una reducción del 20 % del rendimiento
en el trabajo por causa del equipo autónomo de protección
respiratoria, que constituye un estorbo importante en situaciones
extremas y peligrosas. Las investigaciones realizadas han identificado
varios factores significativos en la evaluación de las
demandas fisiológicas debidas, en concreto, a los equipos respiratorios,
entre ellos, las características del respirador, las condiciones
fisiológicas del usuario y los efectos de la interacción con
otros equipos de protección individual y con las condiciones
ambientales.
El típico “atuendo de faena” del bombero puede pesar
23 kilos, lo que obliga a un elevado gasto energético. La ropa de
protección contra sustancias químicas (17 kilos), utilizadas para
la eliminación de los vertidos, es el siguiente equipo de protección
individual más engorroso, seguido del equipo autónomo de
protección respiratoria, acompañado con ropa ligera, que es
apenas más fatigoso que el uso de ropas ligeras pirorresistentes
combinadas con una máscara de bajo índice de resistencia.
Se ha establecido una asociación entre el uso de ropa de protección
y equipo de extinción de incendios y una retención significativamente
mayor del calor generado por el organismo, así
como el aumento de la temperatura corporal.
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