Los riesgos más graves a que están expuestos los bomberos son los
traumatismos, las lesiones por calor y la inhalación de humos. Los
efectos crónicos para la salud de la exposición reiterada no se han
conocido bien hasta hace poco, y esta incertidumbre ha originado
unas políticas heterogéneas en materia de empleo y de
indemnización por accidente de trabajo. Los riesgos profesionales
de los bomberos han recibido una considerable atención, debido
a la conocida exposición de estos trabajadores a los agentes
tóxicos. Existe una abundante bibliografía dedicada a las causas
de mortalidad de los bomberos, que se ha enriquecido con la
aparición, en años recientes, de varios estudios fundamentales
sobre el tema, disponiéndose en la actualidad de una base de
datos suficiente para los criterios dominantes en las publicaciones.
La cuestión crítica, en lo que respecta a la indemnización por
accidentes es si puede formularse una existencia de riesgo
general para todos los bomberos. Esto implica la necesidad de
determinar si cabe suponer que todos los bomberos afrontan
un riesgo elevado de contraer una determinada enfermedad o
un cierto tipo de lesión a causa de su profesión.
Para satisfacer el
principio probatorio general aplicable en la indemnización por
accidente de trabajo, que exige una relación causal razonablemente
establecida entre el factor profesional y las consecuencias
(concediendo al reclamante el beneficio de la duda), la presunción
general del riesgo exige demostrar que el riesgo laboral es,
como mínimo, igual que el riesgo presente en el conjunto de la
población. Esto se puede demostrar si el grado normal de riesgo
en los estudios epidemiológicos es al menos el doble del riesgo
previsto, una vez deducidas las incertidumbres en la estimación.
Los argumentos contrarios a la presunción en el caso
concreto e individual considerado se denominan “criterios de
impugnación”, ya que pueden utilizarse para cuestionar, o
rechazar, la aplicación de la presunción en un caso concreto.
Existen varios factores epidemiológicos inusuales que influyen
en la interpretación de los estudios sobre morbilidad y mortalidad
laboral en este colectivo.
Estos profesionales no muestran
un acusado “efecto del trabajador sano” en la mayoría de los
estudios de cohorte sobre mortalidad, lo que puede indicar un
exceso de mortalidad debida a determinadas causas en comparación
con el resto de la población activa sana y físicamente
apta. Existen dos clases de efecto en el trabajador sano que
pueden encubrir un exceso de mortalidad. Uno de ellos actúa en
el momento de la contratación, cuando los nuevos trabajadores
son seleccionados para tareas de lucha contra incendios. Debido
a las enormes exigencias físicas requeridas para esta tarea, este
efecto es muy fuerte, y cabe esperar que contribuya a reducir la
mortalidad por enfermedad cardiovascular, especialmente en los
años inmediatamente posteriores a la contratación, en los que de
todos modos cabe esperar que se produzcan pocos fallecimientos.
El segundo efecto del trabajador sano se produce si el
trabajador queda discapacitado con posterioridad a su contratación
por causa de una enfermedad manifiesta o subclínica y es
trasladado a otro puesto o se pierde para el seguimiento. Su
contribución relativamente alta al riesgo total se pierde por
culpa de un cómputo por defecto. La magnitud de este efecto se
desconoce, pero existen indicios racionales de que se produce
entre los bomberos. Este efecto no sería evidente en el caso
del cáncer, dado que, a diferencia de las enfermedades cardiovasculares,
el riesgo de sufrir cáncer guarda poca relación con
la capacidad física para el trabajo en el momento de la
contratación.
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