La lucha contra incendios es una actividad agotadora que suele
desarrollarse en condiciones ambientales extremas. Las exigencias
de este trabajo son esporádicas e imprevisibles, y se caracteriza
por largos períodos de espera, interrumpidos por episodios
de actividad intensa.
Una vez iniciada la lucha contra incendios, el esfuerzo físico
del bombero se mantiene en un nivel relativamente elevado y
constante. Toda exigencia adicional originada por la necesidad
de rescatar víctimas o por la incomodidad del equipo de protección
individual (por necesario que éste sea) produce una reducción
del rendimiento, ya que los bomberos siempre actúan al
máximo de su capacidad.
El uso del equipo de protección individual
ha impuesto nuevas demandas fisiológicas a los bomberos
y les ha aliviado de otras, al reducir los niveles de exposición.
Diversos estudios ergonómicos sobre la lucha contra incendios
han arrojado considerable luz sobre las tremendas exigencias
físicas de este trabajo. Los bomberos ajustan su nivel de esfuerzo
físico, medido por la frecuencia cardíaca, a unos patrones
previamente establecidos durante los simulacros de incendio.
Al principio, durante el primer minuto, su frecuencia cardíaca
se incrementa rápidamente, hasta el 70 o el 80 % del valor
máximo. A medida que se prolonga la intervención de los
bomberos, su frecuencia cardíaca se mantiene entre el 85 y el
100 % del máximo.
Las exigencias energéticas requeridas en la lucha contra
incendios se complican a causa de las condiciones extremas
presentes en muchos incendios en interiores. Las demandas
metabólicas que suponen la retención del calor corporal, el calor
generado por el fuego y la pérdida de líquido a través del sudor,
agravan las exigencias del esfuerzo físico.
La actividad conocida que requiere mayores exigencias es la
búsqueda de víctimas en el interior de las construcciones por
parte del bombero de “en cabeza” (el primero en penetrar en el
edificio), cuya consecuencia es una mayor frecuencia cardíaca
media, de 153 pulsaciones por minuto, y una mayor elevación
de la temperatura rectal, de 1,3 ºC.
El trabajo de los bomberos
“de refuerzo” (que penetran más tarde en el edificio para
combatir las llamas o para realizar nuevos registros en busca de
otras víctimas) es el segundo en orden de exigencia, seguido del trabajo de la brigada exterior de lucha contra incendios, asistida
por el capitán de la brigada (que dirige el trabajo de los
bomberos, por regla general, a una cierta distancia del
incendio). Otras tareas con niveles de exigencia, en orden decreciente
de coste de energía, son las de trepar por las escalas,
arrastrar las mangueras y transportar y elevar las escalas
móviles.
Durante la lucha contra incendios, la temperatura corporal y
la frecuencia cardíaca experimentan un comportamiento recurrente
a lo largo de varios minutos: ambos parámetros
aumentan ligeramente en respuesta a los trabajos de preparación
para la entrada en el edificio, incremento que se acelera
como resultado de la exposición al calor ambiental y, a renglón
seguido, experimentan un crecimiento más acusado a consecuencia
de la elevada carga de trabajo soportada en condiciones
de estrés por calor.
Al cabo de 20 a 25 minutos, que es la autonomía
habitual de los equipos autónomos de protección respiratoria
usados por los bomberos en interiores, el estrés fisiológico
se mantiene dentro de unos límites tolerables para una persona
sana. En cambio, si la labor de extinción se prolonga y obliga a
penetrar varias veces en la estructura en llamas, el tiempo transcurrido
entre los cambios de la botella de aire del equipo autónomo
de protección respiratorio no permite un refrescamiento,
lo que provoca un incremento acumulado de la temperatura
basal y un riesgo creciente de sufrir estrés por calor.
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