Numerosos estudios indican que la enfermedad aterosclerótica es
más frecuente entre los funcionarios de policía (Vena y cols. 1986;
Sparrow, Thomas y Weiss 1983); sin embargo, otros estudios no
corroboran este hallazgo. Se ha afirmado que el incremento de la
prevalencia de las enfermedades cardíacas entre los funcionarios
de policía obedece casi exclusivamente al mayor riesgo de sufrir
infarto de miocardio agudo.
Esta explicación parece lógica, ya que se sabe que los
esfuerzos imprevistos de quienes padecen una enfermedad
cardíaca constituyen un importante factor de riesgo de muerte
súbita. El análisis funcional del puesto de trabajo de los agentes
de policía revela que, en el cumplimiento de sus obligaciones,
estos funcionarios pueden verse obligados a pasar de una actitud
sedentaria a un esfuerzo físico extenuante con ninguna o escasas
indicaciones y sin preparación. En efecto, buena parte del
trabajo policial es de naturaleza sedentaria, a pesar de lo cual se
exige al agente de policía que, si se presenta la ocasión, persiga,
capture, derribe y sujete fuertemente a un sospechoso. No
resulta, por lo tanto, sorprendente que, aunque la frecuencia de
enfermedad coronaria subyacente en los funcionarios de policía
no difiera mucho de la existente en el resto de la población,
el riesgo de sufrir un infarto de miocardio agudo por causa de la
índole del trabajo pueda ser mayor (Franke y Anderson 1994).
En la evaluación del riesgo de sufrir una enfermedad cardíaca
deben tomarse en consideración los factores demográficos del
estamento policial. En efecto, la enfermedad cardíaca es más
común en los varones maduros, que constituyen un importante
porcentaje del cuerpo de policía. Las mujeres, mucho menos
propensas durante su edad fértil a sufrir enfermedades
cardíacas, representan por regla general un porcentaje sensiblemente
menor dentro de las fuerzas policiales.
Para reducir el riesgo de enfermedades cardiacas entre los
miembros de la policía es necesario efectuar reconocimientos
médicos periódicos a los agentes de policía, realizados por
médicos que conozcan este tipo de trabajo y los posibles riesgos
cardiacos asociados al mismo (Brown y Trottier 1995).
En
la evaluación periódica del estado de salud se deben incluir la
educación sanitaria y el asesoramiento sobre los factores de
riesgo cardíaco. Se dispone de pruebas evidentes que demuestran
que programas de promoción de la salud en el trabajo
influyen positivamente en la salud de los trabajadores y que la
modificación de los factores de riesgo cardíaco reducen el riesgo
de muerte por ataque al corazón. Las campañas antitabaco, el
asesoramiento en materia de nutrición, el control de la hipertensión
y la vigilancia y modificación de los niveles de colesterol,
constituyen intervenciones eficaces en el esfuerzo por reducir los
factores de riesgo de sufrir enfermedades cardíacas entre los
agentes de policía. El ejercicio regular reviste particular importancia
en este trabajo de policía. La creación de un entorno de
trabajo que eduque al trabajador en la elección de unos hábitos
positivos, tanto nutricionales como de forma de vida, y que estimule
este tipo de elección, puede surtir unos efectos muy
positivos.
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