El gran número y la amplia gama de operaciones y materiales
peligrosos que se utilizan en la enseñanza, la investigación y las
actividades de servicios auxiliares representan un reto para la
gestión de la salud y la seguridad en las escuelas universitarias
y las universidades. La propia naturaleza de la investigación
conlleva un riesgo: el desafío de los límites del conocimiento y la
tecnología actuales. Muchas actividades de investigación en los
campos de la ciencia, la ingeniería y la medicina requieren la
utilización de instalaciones, tecnologías y equipos complejos y
costosos que pueden no estar disponibles con facilidad o encontrarse
en una fase inicial de desarrollo. También puede ocurrir
que las actividades evolucionen y se transformen sin que las instalaciones
en que se llevan a cabo sean modificadas para garantizar
su seguridad. Muchas de las actividades de mayor riesgo se efectúan
de modo infrecuente, periódico o experimental. Entre los
materiales utilizados en la enseñanza y la investigación se encuentran
algunas de las sustancias más peligrosas, que presentan
riesgos cuya documentación en materia de toxicidad y seguridad
es deficiente o nula. Esos materiales suelen ser empleados en
cantidades relativamente pequeñas por personal de formación
inadecuada y en condiciones que distan de ser las idóneas. Los
riesgos en materia de salud y seguridad no siempre son reconocidos
de inmediato y con facilidad por el personal académico de
alta cualificación, que suele prestar escasa atención a los controles
legislativos o administrativos por considerarlos factores que
limitan su libertad académica.
Esta libertad es un principio sagrado, defendido enérgicamente
por los docentes, que en algunos casos son expertos en sus
correspondientes disciplinas. Las restricciones legislativas o institucionales
que se consideran lesivas para el mismo se combaten
o incluso se desatienden. La imposición de métodos de detección
y control de riesgos para la salud y la seguridad en la enseñanza
y la investigación no resulta fácil. El personal docente debe
convencerse de que las políticas adoptadas a este respecto
apoyan y mejoran su misión fundamental y no la limitan. Estas
políticas, cuando se aplican, tienden a proteger la función académica
y los derechos individuales, más que obedecer a normas y
reglamentos externos. Disposiciones en materia de responsabilidad
y rendición de cuentas que impliquen directamente a los
profesores y los investigadores pueden tener más influencia que
las normativas.
En la mayoría de los casos, la legislación, las normas y las
directrices sobre salud y seguridad se desarrollan para industrias
en las que se utilizan grandes cantidades de un número relativamente
pequeño de sustancias químicas, en las que los riesgos
están bien documentados y en las que existen procedimientos
establecidos y una plantilla estable en el marco de un sistema de
gestión definido con precisión.
El entorno académico difiere del
industrial en casi todos los aspectos. En algunas jurisdicciones,
las instituciones académicas pueden estar exentas del cumplimiento
de la legislación sobre salud y seguridad.
En general, los sistemas de gestión de estas instituciones son
de tipo jerárquico: el personal docente ocupa los puestos de
responsabilidad y los profesionales no académicos, los técnicos y
el personal auxiliar se sitúa en escalones inferiores. A menudo, se
emplea a tiempo parcial a alumnos licenciados para desempeñar
diversas funciones de enseñanza e investigación. Miembros del
personal docente son designados para ocupar puestos de alta
dirección durante mandatos específicos sin tener la experiencia
o la formación suficientes para la gestión. Una rotación
frecuente puede dar lugar a una falta de continuidad. En este
sistema, los investigadores con más experiencia disfrutan de una
autonomía relativa para gestionar sus asuntos, incluso en las
grandes instituciones.
Normalmente, controlan sus propios
presupuestos, el diseño de las instalaciones, las adquisiciones, la
organización del trabajo y la contratación del personal. Los
riesgos pueden pasarse por alto o no detectarse.
Una práctica común a los investigadores de las instituciones
académicas es emplear a alumnos licenciados como ayudantes
en el contexto de una relación maestro/aprendiz. Estos trabajadores
no siempre están protegidos por la legislación sobre salud
y seguridad. Incluso cuando existe cobertura, suelen mostrarse
reacios a ejercer sus derechos o exponer sus preocupaciones a
sus supervisores, que pueden ser también los responsables de
evaluar su rendimiento académico. Largas jornadas de trabajo
bajo una gran presión, trabajo por la noche y en fin de semana
con una supervisión mínima y unos servicios auxiliares exiguos
son características habituales de su labor. Las iniciativas de
ahorro de costes y conservación de la energía pueden llegar
a reducir la prestación de servicios como la seguridad y la ventilación
por las noches y los fines de semana. Aunque los estudiantes
no suelen estar protegidos por la legislación sobre salud y
seguridad, la diligencia debida exige que se les dispense la
misma atención que a los trabajadores de plantilla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario